Por Juan Rincón Vanegas @juanrinconv
La tristeza y el llanto rondan por los cuatro puntos cardinales de La Junta, La Guajira, por la muerte de Leandro Sierra Acosta, ‘El medico del pueblo’, ese que entregó toda su vida a servir y a curar, apostolado que le sirvió para tener el aprecio de todos, especialmente de Diomedes Díaz, quien lo consideró su segundo padre. Además, lo mencionó en 17 ocasiones en sus producciones musicales.
Los hijos de Leandrito: Ricardo, Roberto, Fernando, Jaime Leandro, María Victoria, Humberto Mario y sus 15 nietos, lo describieron de la mejor manera por su bondad, carisma, amor, don de servicio y total entrega a su familia, de la que vivía orgulloso.
Leandrito, como era conocido, en todas sus charlas no dejaba de mencionar a Diomedes Díaz, a quien curó siendo muy niño, lo ayudó en la etapa donde iba tomando vuelo y siguió de cerca su camino hasta verlo triunfar.
En una de esas ocasiones señaló sobre ‘El Cacique de La Junta’. “Él me quiso mucho, sus triunfos los sentía como míos y su muerte para mí fue muy dolorosa porque lo conocía como las palmas de mis manos”.
Leandrito, vio las primeras luces en La Junta, La Guajira, el 17 de enero de 1931, siendo el séptimo de los doce hijos del hogar conformado por Leandro Sierra Cataño y Felicia Acosta Martínez, y ejerció por más de seis décadas como médico empírico y sin cobrarle consulta a sus paisanos. Siempre fue considerado el apóstol de la salud en el sur de La Guajira.
Todos los días se desplazaba para salvar vidas estrechando trochas en su Willys carpado color verde modelo 53, y lo único que recibía era el agradecimiento general, constituyéndose en su mayor premio.
SEÑOR BACHILLER
El médico del pueblo, ese mismo que recorría el paisaje acogedor rodeado de montañas, tunas, cardones, magueyes y árboles frondosos, la tarde del día miércoles primero de diciembre de 1993, exactamente en el Colegio Nacionalizado Hugues Manuel Lacouture de su pueblo La Junta, fue exaltado como Bachilleres Honoris Causa, título que recibió al lado de Diomedes Díaz. Los dos llegaron vestidos de saco y corbata a recibir ese diploma y recordaron esos años maravillosos y de cantos vallenatos.
A Leandrito le correspondió tomar la palabra, agradeciendo a la institución educativa y felicitando a los nuevos bachilleres.
“Este reconocimiento es la mejor medicina para el corazón y en la vida hay que ser un luchador para llegar a esta instancia”, dijo con la emoción a la máxima potencia.
Ese día se volvió a abrazar con Diomedes Díaz, sellándose nuevamente ese cariño, afecto y familiaridad entre dos hombres que supieron que en la vida hay cosas del alma, que valen mucho más que el dinero.
En esa ceremonia se exaltó al hombre que tenía diagnósticos acertados, recetas precisas, que era admirado y respetado por los más afamados médicos que tuvieron referencia de sus procedimientos y aciertos.
Su encuentro con la medicina sucedió con la prematura muerte de su padre cuando contaba con 15 años tomando la decisión de salir de La Junta para radicarse en Valledupar, donde alternaba sus estudios con el trabajo que había conseguido en la farmacia Bogotá, propiedad de Carlos Benavides, un prestigioso médico quien identificó en el joven guajiro el gusto, la dedicación y una gran facilidad para preparar medicamentos, habilidad que se reflejó en la fama que adquirió y que le valió ser llamado a trabajar en la farmacia Tropical de Fundación. Madalena Transcurrieron pocos años para que su renombre llegara hasta Barranquilla, donde fue contratado por la farmacia Vida.
Pensando en devolverle a su región los conocimientos adquiridos aceptó trabajar en el hospital Rosario Pumarejo de López de Valledupar, en el área de farmacia, y terminó como ayudante de los médicos cuando se practicaban cirugías.
Para esa época, ya era conocido y gracias a la cercanía con su pueblo La Junta, sus viajes eran frecuentes, desplazamientos que facilitaron el noviazgo con una de las mujeres más hermosas e inteligentes del pueblo, María Teresa Gutiérrez Maestre, con quien decidió casarse y formó un hermoso hogar.
Por la carencia de un médico en el pueblo, le tocaba prestar primeros auxilios, pero también servía como ginecólogo, traumatólogo, neumólogo, pediatra e internista, labores donde sus amplios conocimientos le permitieron hacerlo con decoro y lujo de detalles.
No contento con su accionar como médico, Leandrito decidió incursionar en la política, lanzándose como candidato al Concejo del municipio de San Juan del Cesar, logrando resultados positivos que le permitieron mantenerse en el cabildo durante diez periodos.
Actuando como concejal consiguió que ‘El Salto’, principal sitio turístico de La Junta, tuviera mayor concurrencia gracias a la gestión de los recursos para construir una escalera en concreto, así como el bulevar en la calle ancha de la población. También se desempeñó como Jefe de Asuntos indígenas de La Guajira actuando con eficiencia y responsabilidad.
EL ETERNO ADIÓS
‘El médico del pueblo’, uno de los máximos e indiscutibles representantes de La Junta, La Guajira, formó parte de una generación que marcó huellas imborrables en la región y cuyo aporte en las áreas de la política, el folclor y la salud han permitido que sea un pueblo lleno de historia y riqueza cultural.
En la despedida de la vida de Leandrito Sierra Acosta, es preciso mencionar la frase dicha por Diomedes Díaz y que llega justo a tiempo: “Los hombres buenos cuando mueren del cielo nos miran todos los días”.