Alrededor de 30% de los niños y niñas entre 5 y 19 años padecen obesidad o sobrepeso en América Latina y el Caribe, según Unicef. Varios estudios constatan que existe una relación entre el nivel socioeconómico y la obesidad: cuantos menos recursos, más obesa es la población y a la inversa. La prevalencia de la obesidad es mayor en las clases más desfavorecidas, pues los niños de menor nivel socioeconómico se caracterizan por el consumo más frecuente de alimentos procesados ricos en azúcares, grasas, snacks dulces y salados, y refrescos azucarados. Y por el contrario, consumen menor cantidad de frutas, verduras y productos integrales. Las profesoras de los Estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Anna Bach y Alícia Aguilar, atribuyen estos datos a que las clases sociales más bajas «tienen más probabilidades de estar presentes en ambientes obesógenos» es decir, ambientes que favorece la aparición y el mantenimiento en el tiempo de la obesidad.
Según las expertas de la UOC, existen muchos factores (genéticos, biológicos, psicológicos, sociales y ambientales) que ejercen una gran influencia sobre las elecciones alimentarias y la actividad física que contribuyen a la obesidad, por ejemplo, vivir en un entorno que promueve un consumo de alimentos densamente energéticos y un estilo de vida sedentario; pero también influye la educación recibida, la escasez de tiendas con productos frescos alrededor, la falta de parques, y el hecho de vivir en calles muy transitadas o en climas muy extremos y que pueden favorecer que las personas sean menos activas.
Los factores de un ambiente obesógeno
Un artículo publicado por la Asociación Internacional del Estudio de la Obesidad en la revista International Journal of Obesity enumeraba los diferentes factores que condicionaban un ambiente obesógeno. Por ejemplo, en el campo del deporte y el ocio, eran factores condicionantes, la falta de instalaciones escolares, pocas áreas urbanas de juego, calles inseguras y el fomento de poca actividad por parte de la familia.
La profesora Anna Bach, que es también directora del máster universitario de Alimentación en la Actividad Física y el Deporte, explica que en los últimos años han constatado un descenso en la práctica de la actividad física y un aumento de las actividades sedentarias vinculadas al desarrollo tecnológico. También han percibido una reducción en la proporción de niños que van caminando a la escuela y un descenso en las oportunidades que tienen los niños de hacer actividad física espontánea.
Un segundo pilar en el que se fundamenta un ambiente obesógeno es la promoción de alimentos ricos en energía y pobres en el plano nutricional. La profesora Anna Bach explica que la publicidad dirigida a los niños en edad escolar de alimentos y bebidas ricos en energía y pobres nutricionalmente y el tamaño de las raciones contribuyen también al ambiente obesógeno. Explica que se trata de alimentos con «calorías vacías», porque tienen un alto contenido en grasas saturadas, azúcares simples y un exceso de sal. Se trata de dulces, zumos, refrescos, bollería industrial, helados y aperitivos. Todo ello, dicen las expertas, ha favorecido el aumento del consumo de comida rápida y el hecho de estar constantemente picando.
Un tercer pilar es el de la familia, un espejo para los niños. La profesora Alícia Aguilar, directora también del máster universitario de Nutrición y Salud, explica que los niños que tienen padres con sobrepeso, que comen alimentos con un alto contenido calórico y que son inactivos, probablemente se convertirán en niños con sobrepeso y en adultos con sobrepeso.
Y el último pilar es la educación y la información. Según las expertas, en la escuela debería prohibirse la promoción de alimentos altamente energéticos y nutricionalmente pobres dirigidos a los niños.
Consejos para reducir las tasas de obesidad
Las profesoras Anna Bach y Alícia Aguilar enumeran una serie de consejos que ayudarían a revertir las elevadas tasas de obesidad, que califican como «la epidemia del siglo xxi». Así, por ejemplo, recomiendan aumentar el consumo de alimentos de origen vegetal como frutas y verduras, así como legumbres, cereales integrales y frutos secos; limitar la ingesta de azúcares; limitar las horas de sedentarismo de los niños y fomentar desplazamientos a pie o en bicicleta a la escuela; hacer actividad física sobre todo en niñas a partir de los 11 o 12 años, edad en la que muchas dejan de hacer deporte; dormir suficientes horas, y hacer comidas en familia. De hecho, las profesoras explican que tanto la familia como la escuela desempeñan un papel importante en la adopción de hábitos saludables.
Y ¿cómo afecta a la salud del niño?
Las expertas recuerdan que muchas enfermedades metabólicas, como algunos casos de diabetes o el colesterol alto, se inician de manera prematura durante la infancia. Bach y Aguilar explican que la mitad de los niños que padecen obesidad tiene lo que se conoce como síndrome metabólico pediátrico, un grupo de factores de riesgo que incluye resistencia a la insulina, hipertensión y otras anomalías metabólicas. Pueden sufrir también trastornos respiratorios como la apnea del sueño obstructiva y, las niñas, el síndrome de los ovarios poliquísticos.
¿Un impuesto sobre bebidas azucaradas?
La profesora Anna Bach cree que para mejorar el acceso a los alimentos en la base de la pirámide (frutas, verduras, legumbres, frutos secos, cereales enteros) podría ser más efectivo reducir la tasa de estos alimentos que centrar los esfuerzos en un impuesto sobre las bebidas azucaradas o los alimentos ultraprocesados ricos en calorías y pobres nutricionalmente, que se podría aplicar en paralelo.