Por Orlando Gregorio Moreno Manjarrez
El tiempo en su inexorable marcha tiende a acabar con todo, siempre lo he descrito como un ser irracional que no tiene piedad de nada ni de nadie y a su paso arrasa sin distingos. Hace todavía 30 años, por no ir tan atrás, cuando aún era más aguda esta festividad, se vivía de otra manera y se respetaba a cabalidad la Semana Santa; uno sentía que se transportaba a Tierra Santa, el clima cambiaba y para esos días santos se sentía un fuerte resplandor.
El que tenía sus vacas regalaba la leche para los dulces y también había quienes la vendían, era común ver tinas o baldes afuera de las casas donde se podía conseguir; a mi siempre me mandaban a donde ‘La Tana’, Teodorico y donde ‘Julio cabezón’ a comprarla. Era sagrado que las abuelas y nuestras madres hicieran dulce mientras nosotros, los más pequeños, veíamos películas religiosas sobre los profetas y los personajes bíblicos, y para todos los días de la semana, se preparaba un dulce diferente, pero eso era fijo, sagrado.
Muchas historias se contaban para esos días, sucesos irreales pero que contaban con la fe y la afirmación de quienes las narraban, como la convicción de creer en lo que no se ve puede ver. Las abuelas lanzaban la proclama de bañarse antes de medio día, para evitar ser convertidos en peces o que nos fueran a salir escamas, no se podía ir a cortar leña al monte porque los palos sangraban o se quejaban del dolor, el que dijera malas palabras corría el riesgo de quedar mudo, “Ana la plebe” hacía su agosto con la venta de pesca’o porque era lo único que se podía comer…
Todo esto se ha perdido, la Semana Santa no es igual, ya la venta de leche no se ve, ahora se compra en los supermercados, la gente sigue haciendo dulces, pero no con la misma frecuencia de antes; ahora sólo se hace el jueves o viernes Santo, si acaso.
Los canales nacionales muy poco transmiten las películas, hoy prendí el televisor pensando en esto, quise ver una, pero RCN transmitía una maratón de ‘El Chavo del 8’; los palos ya no sangran ni se quejan, ya a la gente no le preocupa si le salen escamas, pero hoy, como cosa rara en mi, sentí ganas y la necesidad de bañarme como a las 10:00 a.m., como si mi cuerpo y mi cerebro se hubiesen conectado con esa antigua creencia de convertirse en pescao si me bañaba después de medio día.
Todo tiempo pasado deja enseñanzas valiosas. Las costumbres de la Semana Santa de antes merecen ser recordadas y conservadas, respetar sus creencias y tradiciones, y transmitirlas a las nuevas generaciones, es una forma de mantener viva nuestra identidad y conectar con lo que fuimos, para no olvidar lo que somos.
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Columna de opinión
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Foto cortesía de Waldy Martínez