Leandro Sierra Acosta, jugó un papel importante en la vida de Diomedes Díaz, y al recordarlo desde La Junta, La Guajira, la tristeza lo arropa de pies a cabeza porque el hijo de Rafael María Díaz Cataño y Elvira Antonia Maestre Hinojosa, tuvo muchas dificultades en su niñez, pero también fue ejemplo de constancia hasta llegar a la cima no obstante tener a la pobreza como barrera.
Sentado en la puerta de su casa Leandrito o ‘El médico del pueblo’, como lo bautizó ‘El Cacique de La Junta’, hasta llegar a nombrarlo en 17 ocasiones en sus producciones musicales, hizo remembranzas del artista que nació a las siete de la noche del domingo 26 de mayo, día de San Felipe de Nerí y Santa Mariana de Jesús, en luna nueva, año 1957, según indica el almanaque Bristol.
“El, me quiso como su segundo papá, y de la misma manera le correspondí. Su muerte para mí fue muy dolorosa porque lo conocía como las palmas de mis manos. Fui testigo de las dificultades de sus padres para sacarlo adelante y darle lo mejor a ese muchacho auténtico que alcanzó la gloria”.
Entrelaza los dedos de sus manos y se las lleva al pecho para atrapar más recuerdos. Enseguida continúa. “A Diomedes lo conocí cuando contaba con 10 años. Desde muy niño fue trabajador y muy apegado a sus padres Rafael y Elvira. Diomedes, ya venía con la aspiración de querer ser cantante y compositor, y mucho que le costó para demostrar su talento. Comenzó como compositor y después como cantante. Puedo decir que ese amor por el folclor vallenato se lo inculcó su tío Martín Maestre”.
Se emociona con las facetas vividas al lado de Diomedes de quien indica. “Ha sido el mejor cantante de vallenatos del mundo, y del que nadie pensó que llegara tan lejos. Algunos acá se burlaban, pero al que le van a dar le guardan y si está frío se lo calientan”.
Mira, primero para la plaza y luego al monumento a la Virgen del Carmen, a quien veneraba con devoción sublime ‘El Cacique de La Junta’, para contar en medio de la tristeza que se le calcó en su rostro, un aspecto desconocido del artista.
“A Diomedes cuando se enfermaba de gripa, diarrea o de otra cosa, sus padres Rafael y Elvira, gente honrada y trabajadora, me llamaban para que lo viera y lo curara. Ellos seguían al pie de la letra mis recomendaciones. De ahí surgió esa amistad sincera y grata que nunca acabó. Solo la muerte nos separó”.
Leandrito, quien vio las primeras luces en La Junta, La Guajira, el 17 de enero de 1931; el séptimo de los doce hijos del hogar conformado por Leandro Sierra Cataño y Felicia Acosta Martínez, y quien ha ejercido por más de seis décadas como médico empírico y sin cobrarle consulta a sus paisanos, en un momento del diálogo agachó su cabeza y lloró. “Estas lágrimas son por Diomedes, ese muchacho que como dice la canción quise tanto, que lo vi crecer en medio de tantas vicisitudes normales en un pequeño pueblo. Su recuerdo es imborrable”.
Se queda callado, y era preciso respetar su silencio porque llegaba precisa la frase: “Los hombres buenos cuando mueren del cielo nos miran todos los días”.
Después expresa un nuevo hecho en la vida del joven Diomedes. “Cuando comenzó a desplazarse a Valledupar para estudiar e iniciar con su carrera musical siempre contó con mi apoyo. Llegaba a mi casa, que era su casa y me pedía el pasaje o lo mandaba con mi hermano King Sierra, quien tenía un carro mixto, de carga y pasajeros”.
Leandrito, el apóstol de la salud en el sur de La Guajira, quien se desplazaba para salvar vidas por estrechas trochas en su Willys carpado color verde modelo 53, cuenta el suceso que le alegró hasta el alma cuando Diomedes lo sorprendió con una inesperada visita.
“Él, se había presentado en un baile en el pueblo de Fonseca, y de regreso entró en la madrugada a La Junta. Me tocaron la puerta, y yo pensaba que era una urgencia, porque a cualquier hora me llevaban enfermos. Cuando abrí era el propio Diomedes, quien me abrazó, lloró conmigo y me recordó que yo era su segundo papá. Amaneció conmigo tomando y hablando de muchas cosas”.
Esa escena del ayer lo volvió a emocionar, pero esta vez con lágrimas nuevas que al fin y al cabo son las mismas, pero con la marca del cariño eterno en medio de ese paisaje acogedor rodeado de montañas, tunas, cardones, magueyes y árboles frondosos.
Cuando no se esperaba tocó el punto de los que nunca dejaron de criticar a Diomedes Díaz. Se puso de pie y dijo: “Que levante la mano la persona que no haya cometido ni medio error en la vida, para llevarlo en hombros de La Junta a Bogotá y darle la medalla del más correcto del mundo”. Enseguida el mismo se respondió. “Ese premio se lo llevó únicamente Jesucristo”.
Los dos bachilleres
La tarde del día miércoles primero de diciembre de 1993 en La Junta, La Guajira, exactamente en el Colegio Nacionalizado Hugues Manuel Lacouture, se llevó a cabo la entrega de la promoción de 34 bachilleres, pero también la exaltación de dos Bachilleres Honoris Causa.
Se trataba de Diomedes Díaz Maestre y Leandro Sierra Acosta. Llegaron vestidos de saco y corbata a recibir ese diploma. De inmediato se volvieron a recordar aquellos lejanos versos de Diomedes.
Me inclinaba cuando fui un alumno
siempre ser un buen profesional,
y como no tuve pa’ estudiar
fueron imposibles mis estudios.
El rector Dennis Escrigas Bonilla, destacó a los nuevos bachilleres, pero hizo énfasis en la vida y obra de ‘El Cacique de La Junta’ y ‘El médico del pueblo’, dos valores que por su talento y dedicación merecían esa honorable distinción.
Diomedes tomó la palabra manifestando todo lo que en ese momento sentía su corazón. “Nunca pensé llegar a ser bachiller. Mamá, Papá, ya soy bachiller”. Enseguida, Leandrito también habló. “Este reconocimiento es la mejor medicina para el corazón, y en la vida hay que ser un luchador para llegar a esta instancia”.
Llegó el abrazo y se selló nuevamente ese cariño, afecto y familiaridad entre dos hombres que supieron que en la vida hay cosas del alma que valen mucho más que el dinero.
Por Juan Rincón Vanegas@juanrinconv