Adolfo Pacheco, el pintor de versos que acostóal pueblo vallenato en una hamaca grande


Hace ocho años el compositor Adolfo Pacheco Anillo fue invitado a tomarse un
tinto a orillas del río Magdalena, cuando pasa por Barrancabermeja con motivo
del homenaje en el Festival del Río Grande de la Magdalena, comprobándose
que era un narrador auténtico porque ponía sus palabras en el lugar preciso, al
lado del corazón.
Estando sentado en un kiosco, viendo correr ese caudaloso afluente comenzó
a hablar de esos recuerdos imborrables llevándolos a canciones o
escribiéndolos en diversos medios de comunicación. Además, contó que quería
escribir un libro para dejar mayor constancia de su aporte al folclor que tanto
amó. “Hasta le tengo título”, señaló.
Esa mañana comenzó diciendo. “No pensé que hoy a mi edad recibiera tantos
homenajes que ya van por 60”. Hizo un repaso por algunos de ellos y otros que
aunque no se acordaba, fueron significativos en su vida, pero se detuvo en uno
especial.
“En el Festival de la Leyenda Vallenata del año 2005 fuí coronado como Rey
Vallenato Vitalicio. Ese fue mi grado como gran compositor vallenato. Qué gran
honor y se demostró que soy un gran cultivador de esta bella música que se
impone en el mundo”.
Enseguida comenzó el repaso por la historia de su vida donde han salido
cantos vallenatos que lo catapultaron a la gloria, haciendo el reconocimiento a
la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata por llevar el estandarte. “Gracias
a ese trabajo el vallenato clásico permanece con el paso del tiempo y cada año
en Valledupar se den cita miles de concursantes, caso acordeoneros, cajeros,
guacharaqueros, compositores, verseadores y cantantes”.
No paró de explicar. “No cabe duda que todo ese trabajo es producto de la
visión que tuvo Consuelo Araujonoguera, ‘La Cacica’, con quien tuve algunas
diferencias, pero que al final acepté su decisión, templanza y proyección para
la querida música vallenata”.
La famosa hamaca grande
El tinto se iba consumiendo a la par con las paradas de su ameno diálogo y
entonces entró en el campo de sus composiciones que sumaron más de 200,

esas mismas que tienen el sello del hombre pueblerino y apegado a sus
costumbres.
“Si cuento de todas, acá tendremos que amanecer”, fue lo primero que señaló.
Entonces se direccionó por la canción donde pudo por su talento y admirable
descripción montar en una hamaca grande al pueblo vallenato, para que
meciéndose en ella cantara. A su vez, uniendo el poder del acordeón y la voz
de Andrés Landero, lo hizo exactamente en dos minutos y 50 segundos.
“El que me inspiró esa obra fue el inolvidable compadre Andrés Landero, quien
fue a participar en el Festival Vallenato y no ganó. Entonces me propuse con mi
canto que hice en 1969 llevar a Valledupar al lado de mi compadre Ramón
Vargas Tapias, un presente con la música de mi pueblo, especialmente una
hamaca grande, más grande que el Cerro e’ Maco”.
Al viejo compositor sanjacintero en aquel instante le revoloteó en su
pensamiento ese recuerdo cantado que fue un trasteo de sentimientos y con
elementos pegados a su amada tierra.
Cuando salió la canción el historiador, político y escritor Eduardo Lemaitre
Román, publicó en El Universal de Cartagena una columna donde destacaba la
obra, pero señalaba que la hamaca no servía para hacer el amor. El maestro
Adolfo Pacheco al leerlo no paró de reírse, como exactamente lo hizo en aquel
ameno y sincero diálogo. Entonces indicó que le había contestado al escritor.
“Le agradecí el elogio a la canción diciéndole que yo que no era tan experto en
cuestiones del amor, pero me sabía de memoria 25 posturas, o sea lo que se
puede llamar sexo colgante”.
Dentro de ese entorno musical vino la grabación de su célebre canción por
parte del artista Carlos Vives, produciéndole muchas satisfacciones,
principalmente del orden económico.
Ya acabado el tinto que no quiso volver a repetir, manifestó. “Carlos me solicitó
el permiso para grabar dos canciones: ‘La hamaca grande’ y ‘El viejo Miguel’.
Con gusto se lo concedí, pero al final me grabó la primera”.
Era el año 1993, el compositor ocupaba el cargo de Director de Tránsito en
Cartagena, y por concepto de regalías de su obra le llegaron 25 millones de
pesos. “Un platal para esa época”, dijo.
Adolfo Pacheco se puso serio y relató. “Con esa plata enseguida cambié de
carro, arreglé mi casa y vivía mejor, pero cuál no sería mi sorpresa que al poco
tiempo me llegaron varias demandas por enriquecimiento ilícito. Me tocó salir a
enfrentarlas pidiéndole a Sayco copias del pago de las regalías. Con eso se
cerró el caso”.
Río de lágrimas

El maestro Adolfo Pacheco iba a seguir hablando de los 47 años de haber
compuesto esa canción cuando en el local vecino sonó ‘Alicia adorada’,
interpretada por Alejo Durán. Agachó la cabeza y con sus lágrimas le hizo
competencia al río Magdalena.
Enseguida relató. “Esa canción me llena de sentimiento. A Juancho Polo
Valencia, lo conocí en una de las giras con mi paisano y acordeonero Ramón
Vargas. Una mañana él estaba acostado en un pretil y de almohada tenía una
cajita de cartón. Lo llamamos y despertó. Se le entregó el acordeón y en
ayunas y con el guayabo en carne viva, comenzó a tocar y cantar esa bella
canción dedicada a Alicia Cantillo”.
“Pobre mi Alicia, Alicia adorada, yo te recuerdo en todas mis parrandas. Pobre
mi Alicia, Alicia Cantillo, yo te recuerdo con todos mis amigos”.
A la orilla del majestuoso río Magdalena el viejo sabio del vallenato Adolfo
Pacheco Anillo, contó historias de sus canciones y de su región bolivarense.
“Había una mujer que solamente se acostaba con pelaos porque los de su
edad fingían mucho y no prendían ni empujaos”, anotó.
El maestro siguió en esa línea y añadió que esa historia se la narró con pelos y
señales al escritor Gabriel García Márquez, quien no dejó de reírse y le pidió
que la repitiera. “Ese día Gabo tomó apuntes para dejar constancia que
Macondo existe”.

Por Juan Rincón Vanegas
@juanrinconv

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